Juan García Oliver, en la calle, en el gobierno, en el exilio 

 

El más controvertido de los líderes anarcosindicalistas dejó ante de fallecer unas voluminosas memorias tituladas, El eco de los pasos, que consta de tres partes, Anarcosindicalismo en el Comité de Milicias. El anarcosindicalismo en el Gobierno. El anarcosindicalismo en el exilio (Ruedo Ibérico, Barcelona, 1978), aunque se contaba que “el negro” que la escribió fue el editor Juan Martínez, el más indiscutible de los editores antifranquistas...El libro ya se puede descargar de http://www.memorialibertaria.org/spip.php?article561

Se trata de una obra extensa e intensa escrita sin una documentación al alcance, y en lo que arremete sin piedad contra todos los principales representantes del movimiento anarcosindicalista y contra los «monstruos sagrados» del campo republicano (Companys, Largo Caballero, etc.) al tiempo que amplia los conocimientos sobre los importantes acontecimientos en los que participó, y en los que siempre logra ponerse en buen lugar. En un lugar mucho mejor que el que se suele asignar en otras historias, incluyendo las de signo anarquista.

Tal como él mismo, Juan García Oliver, (Reus, 1902-México, 1980), de origen proletario, empieza a trabajar a los once años en una oficina de vinos y ulteriormente como cocinero y camarero; entre las anécdotas que definen su carácter hay una que cuenta que abofeteó a un cliente que se empeñaba en darle propina. En 1917 se encuentra en Barcelona, dos años más tarde se afilia a la sociedad de camareros la Alianza y se orienta hacia el anarquismo («…El anarcosindicalismo es una actuación dentro de la vida que se traduce en una actuación sindical con la permanente influencia anarquista. En la organización se parte del hombre libre que se organiza en un gremio o sección y que forma los sindicatos. Cada nacionalidad tendrá sus comités nacionales y todos ellos se federarán libremente entre sí, como resultado de la voluntad expresada en cada uno de los pueblos de España…»), y actúa con el grupo «Regeneración». Es encarcelado después de una huelga, y al salir a la calle se marcha a Reus para sindicar con éxito a los obreros de la comarca; en 1921 aparece como responsable del comité provincial de Tarragona y en 1922 se integró en el grupo de «Los Solidarios».

Destacado ya pro entonces como hombre de acción, Oliver asiste en 1922 a la Conferencia de Zaragoza y malvive por Valencia y la comarca barcelonesa; un año más tarde ajusticia, junto con Ascaso, a un pistolero de la patronal llamado Legía. Después de pasar un año en prisión se marcha a Francia y en París emerge como una fuerte personalidad del movimiento: rechaza contactos con Maciá, prepara un atentado contra Mussolini que no tiene lugar por abandonar el grupo italiano; también se encuentra detrás de otro frustrado contra Alfonso XIII. Cuando regresa a España en 1926 es detenido y permanecerá encarcelado en Burgos hasta 1931. Durante la República se convierte en el más inquieto exponente de la corriente faísta de la que será secretario en oposición al «anarcosindicalismo reformista» de los trentistas. Oliver será el principal exponente de la teoría de lo que llamará la «gimnasia revolucionaria», una práctica que justifica como una experiencia que «alcanzaba solamente a la práctica insurreccional de la clase obrera al servicio del comunismo libertario, pero, nunca, para derribar ni colocar gobiernos burgueses, fuesen de derecha o de izquierda».

Palabras que no tendrán mucho que ver con las circunstancias concretas de la revolución que vendrá...

Más concretamente ubica esta posición en el marco de una República, que «asentada en un punto neutro, sin sufrir ni vaivenes de derecha ni de izquierdas, se consolidará y sería la paz. Un espejismo de paz, pues sería una república gobernada en defensa de los mismos intereses que defendió la monarquía. España necesita hacer su revolución. Y porque la necesita la hará. Y prefiero que sea una revolución anarcosindicalista, siquiera porque, alejados de toda influencia histórica, tendría el sello de la originalidad». La puesta en práctica de este método tendrá su momento cumbre en los acontecimientos del 8 de enero de 1933 que se saldan con un fracaso. Esta concepción eminentemente voluntarista, hará que Oliver se convierta un tanto en el centro de las críticas de la otra tendencia que lo tildará de anarcobolchevique…Esta discutibles calificación cuadra con las imágenes tan repetidas en toda clase de documentales en las que se le ve hablando enfáticamente sobre como forma parte del grupo de los mejores pistoleros, de los mejores terroristas, que defendieron el movimiento de una patronal que quería acabar con ellos con las pistolas.

Secretario de FAI, mentor de «una pequeña FAI» (Peirats), la vehemencia de Oliver le lleva incluso a poner en cuestión al grupo faísta, sobre todo a los que «dominaban» a los que acusa de constituir, «en potencia, la contrarrevolución» y habla de todos aquellos, «fugitivos de la clase obrera, como periodistas, maestros racionalistas o escritores, (que) habían logrado el milagro de eludir las restricciones que imponía el acuerdo de no tolerar la duración de más de un año en los cargos retribuidos…».

En 1934, se opondrá a la Alianza Obrera pretextando que se trata de un pacto entre Largo Caballero y Companys contra la CNT. Periodista él también (redactor de CNT hasta 1934), orador y temido hombre de acción (otra anécdota cuenta que en una ocasión, mientras se encontraba perseguido, la policía entró en un bar y al encontrarse con él se fueron sin hacer nada); Oliver será uno de los principales animadores de las luchas callejeras de julio del 36 en Barcelona, donde, según escribirá después, encontró gente del POUM, pero no a Santillán, Montseny, Aláiz o Carbó, sus adversarios en algunos momentos.

En el Pleno Regional que decide propone «ir hacia una concepción maximalista, partiendo desde donde estábamos al infinito social», y se basa en la creencia de que «el momento había llegado, la clase obrera poseía una enorme formación socializante y de conciencia de clase como se demostró en las colectivizaciones que se hicieron sin que la organización hubiera tomado los acuerdos». Sin embargo, matiza, no quiso «parecerse a Trotsky», y no levanta la bandera contra el acuerdo mayoritario y se somete. Pasa a ser unos de los organizadores del Comité Central de Milicias y fue uno de los creadores de la Escuela de Guerra de la que «salieron más de tres mil oficiales con una formación muy superior a la de las academias militares, en tan sólo tres meses». Oliver peleó en Aragón y más tarde fue requerido para ocupar la responsabilidad de conseller de Defensa de la Generalitat y en noviembre de 1936 en ministro de justicia del gobierno republicano. El mismo contará así el acontecimiento: «Mi entrada en el Gobierno obedeció a un acuerdo del pleno de la Regional Catalana de la CNT, en el cual yo no estuve presente y del cual protesté. Me planteé que podía hacer yo como ministro anarcosindicalista y vi que muy pocas cosas. Sin embargo, di una amnistía total, hice abolir los antecedentes penales que incapacitan a los hombres para una nueva inserción social. Fui el ministro que simplificó a una cuestión de días todo el burocratismo para la adopción de huérfanos de guerra; regularicé, simplificándolos, los derechos contractuales matrimoniales… Esta labor fue lo que me reconoció el gobierno de Suecia para acogerme como refugiado político». En mayo de 1937 interviene como apaciguador…

En enero de 1939, Oliver se traslada a Francia, después se marcha a Suecia donde vivirá durante 18 meses, y se mueve con la intención de crear un partido anarquista, proyecto que sin embargo abandona pronto. En enero de 1941 se marcha a México donde vivirá muchos años. Partidario de la unidad antifascista, provoca una escisión en la CNT en México, y mantiene unas relaciones tensas con otras voces del movimiento su intransigencia se manifestará cuando se niega a volver a España después de la muerte de Franco «hasta que no haya una verdadera democracia» y al negarse a cobrar su pensión de ministro hasta que no le pagarán los atrasos. Durante la guerra escribió dos opúsculos, El fascismo internacional y la guerra antifascista, Mi gestión al frente del Ministerio de Justicia...

De lo que no hay duda es que la lectura o relectura de El eco de los pasos es un ejercicio apasionante, ahora además, al alcance de cualquiera.

 

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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